viernes, 15 de noviembre de 2013

Llamada Perdida


Hoy es día de muertos y Vaticano – así le dicen en su barrio y nunca supe por qué- me llamo por la mañana para congregar una cita y “platicar de la vida” a las 16.00 horas en el parque de siempre. Yo acepte más por compromiso que por gusto. Al llegar el medio día me senté  a la mesa a comer el típico plato de fiambre. Después tome un baño, leí una entrevista realizada a Julio Cortázar publicada en la revista de la Universidad de México  y al finalizar la lectura me fui de mi casa. Llegue al parque justo a la hora acordada con Vaticano y no lo encontré. En cambio pese al día y su festividad encontré a varios niños corriendo en un pequeño campo situado al costado del área verde del parque. Uno de los niños lanzó por detrás de la reja que cubre al campo su pelota. Una señora vestida con pantalón negro y blusa de adornos uniformes exclamo ¡Por favor! Yo regresé la mirada y note la pelota tendida sobre el suelo. Me acerque y cuando la tome percibí su textura de papel. El niño al cual no le observé el rostro extendió su mano cruzando el espacio que existe entre una vara y otra que forma la reja para recibir su pelota. Se la di y no recuerdo sí me dio las gracias. Creo que la señora exclamo a lo lejos un agradecimiento. Rodeé el parque y al no encontrar a Vaticano decidí ir a otra parte.

Camine como errante hasta llegar al kilometro cero. Luego cuando pasaba frente a casa presidencial quise ver la hora en mi celular y encontré una llamada perdida de Vaticano no de le devolví la llamada, no es necesario pensé. Al minuto llamo César. Atendí la llamada y me decía que el motivo de la misma era para invitarme a una reunión en su casa al comienzo de la noche. Le respondí que ahí estaría. Figure en mi cabeza alguna dosis de alcohol dentro de mi cuerpo pero recordé que desde que me prohibió  el alcohol el médico mi vida se ha convertido en un hastío senil. Llegue al parque San Sebastián  observé  en sus aceras a varios skates  ejecutando maniobras que no lograban perfeccionar, y a dos extranjeros conversando en una banca, a otros observando el panorama mientras tomaban de la cerveza contenida dentro una bolsa de nylon y a dos policías sumergidos en las pantallas de sus smartphones.

En la esquina justo antes de cruzarme al otro lado de la calle el semáforo del peatón indicaba con rojo que me detuviera y comprendí que ya no era necesario ser errante en este trayecto. Debía volver al inicio de algún comienzo perdido. He caminado sin comprender la dirección de mi paso  en la piel de estas calles, recordé. Experimente con desdén la nostalgia en mi cuerpo. Observé al tiempo quebrar con miseria la calle que me dividía con la otra calle. Sentí a un conjunto de hormigas recorrer la vertebra de mis miedos. Con vértigo se destruyó la ciudad y experimenté el gozo. Ya no hay humanidad. Solo existe mi cuerpo, pensé por última vez.

Una explosión en mi lóbulo cerebral me devolvió al presente. Con ondulación mi visión altero su abstracción. Encontré frente a mis ojos de nuevo la ciudad con su humanidad pero ya no me supo igual.  Me sentía extraño. Y en el absurdo del momento sonaba en el fondo el tono de mi teléfono celular y al verlo vi que Vaticano me  llamaba de nuevo. No atendí la llamada. Observé de nuevo el celular para ver la hora.  Y Caminé de regreso a casa entre la ciudad y su vulgo en completo silencio.