Llamada Perdida
Hoy es día de muertos y Vaticano – así le dicen en su barrio
y nunca supe por qué- me llamo por la mañana para congregar una cita y
“platicar de la vida” a las 16.00 horas en el parque de siempre. Yo acepte más
por compromiso que por gusto. Al llegar el medio día me senté a la mesa a comer el típico plato de fiambre.
Después tome un baño, leí una entrevista realizada a Julio Cortázar publicada en
la revista de la Universidad de México y
al finalizar la lectura me fui de mi casa. Llegue al parque justo a la hora
acordada con Vaticano y no lo encontré. En cambio pese al día y su festividad
encontré a varios niños corriendo en un pequeño campo situado al costado del
área verde del parque. Uno de los niños lanzó por detrás de la reja que cubre
al campo su pelota. Una señora vestida con pantalón negro y blusa de adornos
uniformes exclamo ¡Por favor! Yo regresé la mirada y note la pelota tendida sobre
el suelo. Me acerque y cuando la tome percibí su textura de papel. El niño al
cual no le observé el rostro extendió su mano cruzando el espacio que existe entre
una vara y otra que forma la reja para recibir su pelota. Se la di y no
recuerdo sí me dio las gracias. Creo que la señora exclamo a lo lejos un
agradecimiento. Rodeé el parque y al no encontrar a Vaticano decidí ir a otra
parte.
Camine como errante hasta llegar al kilometro cero. Luego
cuando pasaba frente a casa presidencial quise ver la hora en mi celular y encontré
una llamada perdida de Vaticano no de le devolví la llamada, no es necesario
pensé. Al minuto llamo César. Atendí la llamada y me decía que el motivo de la
misma era para invitarme a una reunión en su casa al comienzo de la noche. Le
respondí que ahí estaría. Figure en mi cabeza alguna dosis de alcohol dentro de
mi cuerpo pero recordé que desde que me prohibió el alcohol el médico mi vida se ha convertido
en un hastío senil. Llegue al parque San Sebastián observé
en sus aceras a varios skates ejecutando maniobras que no lograban
perfeccionar, y a dos extranjeros conversando en una banca, a otros observando
el panorama mientras tomaban de la cerveza contenida dentro una bolsa de
nylon y a dos policías sumergidos en las pantallas de sus smartphones.
En la esquina justo antes de cruzarme al otro lado de la
calle el semáforo del peatón indicaba con rojo que me detuviera y comprendí que
ya no era necesario ser errante en este trayecto. Debía volver al inicio de
algún comienzo perdido. He caminado sin comprender la dirección de mi paso en la piel de estas calles, recordé.
Experimente con desdén la nostalgia en mi cuerpo. Observé al tiempo quebrar con
miseria la calle que me dividía con la otra calle. Sentí a un conjunto de
hormigas recorrer la vertebra de mis miedos. Con vértigo se destruyó la ciudad
y experimenté el gozo. Ya no hay humanidad. Solo existe mi cuerpo, pensé por
última vez.
Una explosión en mi lóbulo cerebral me devolvió al presente.
Con ondulación mi visión altero su abstracción. Encontré frente a mis ojos de
nuevo la ciudad con su humanidad pero ya no me supo igual. Me sentía extraño. Y en el absurdo del
momento sonaba en el fondo el tono de mi teléfono celular y al verlo vi que Vaticano
me llamaba de nuevo. No atendí la
llamada. Observé de nuevo el celular para ver la hora. Y Caminé de regreso a casa entre la ciudad y
su vulgo en completo silencio.