domingo, 11 de mayo de 2014

Publicación en la revista digital Te Prometo Anarquía

"Observa el desorden de su habitación mientras toma las esquinas de la blusa que lleva puesta para ascenderla por el abdomen hasta rebasar la cabeza y luego dejarla caer al suelo. Respira agitada, nerviosa. A ella le parece inquietante que los tres estemos en la misma habitación. Él viste de forma excelsa: smoking color verde, corbata negra y un sombrero de paja adornándole la cabeza. Sus facciones no lucen tan arrugadas. Tendrá aproximadamente unos cincuenta años. Por debajo de su nariz resalta el espesor de su bigote. De pronto, clava en mí su mirada —y también me inquieto—  cuando observo cómo ella me exhibe sus senos con temor y lascivia. Percibo la textura de sus pezones con mis dientes."
http://www.teprometoanarquia.com/2014/05/06/la-colision-esta-a-la-vuelta-de-la-esquina-tardes-inmoladas-de-frio-y-seres-culposos-que-conviven-en-ingravida-armonia/

domingo, 20 de abril de 2014

Observo al cielo como quien observa al mar. Y no comprendo las  metáforas de sus geometrías agrupadas. Un pájaro negro vuela cerca del sol cuando Alejandra me habla de cosas que en este momento no quiero escuchar. Mi perro me permite acariciar su piel blanca y creo que los días alguna vez serán eternos. El cielo extirpa con ternura a sus nubes. Y Surgen soledades pasajeras en mí cuerpo.Y esta incertidumbre tan ocasional. Y Alejandra ahora en silencio mordiendo mis soledades. Y mi cuerpo indemne bajo el cielo de abril.

sábado, 15 de febrero de 2014

Fausto

Diciembre modifica la herencia del cuerpo para inducir la pluralidad de la culpa.  Extirpa  la esperanza para renombrarla por un vacío bastardo.  Y entonces, surge la necesidad de enfermar en un exilio ocasional. De crear procesos para curarse así mismo: Como desmontar  espejos del habitáculo para no afrontar con el rostro  la miseria individual. Ocultar relojes para no dilatar la redención del futuro… Y por las noches escuchar la nostalgia de los estruendos pirotécnicos que convulsionan en la oscuridad navideña. Pero, así es este mes de mierda, decía Fausto. Yo por el contrario pensaba en tantas cosas, en las más banales. Como en el montículo de tierra en donde estábamos parados. En su forma terrestre.  En el número de especies del mundo animal que han transitado en sus granos de tierra. Pero Fausto, interrumpió mis pensamientos para decir, dale fuego.  Tome de su mano lo que me daba  y lo felicité porque estaba bien hecho. Pulcro y exacto en su forma. Está listo –pensé- para envolverse en las llamas. Para crear diluvios delirantes.  Observé con sobriedad al pequeño volcán de cosas formado por: Fotografías de las ex novias de Fausto, cartas breves de amor, libros obsequiados con motivo de los aniversarios de sus relaciones amorosas y ropas íntimas que él se apropiaba al finalizar el coito con la convicción de recordarlas  y así masturbarse por ellas cuando su relación amorosa se consumara.

Tome el ancho trozo de madera que de altura medía aproximadamente quince centímetros. Envuelto en su parte superior por los retazos de una vieja camisa cubierta de gasolina. Observé a través de la inmensa soledad nocturna al bosque donde nos encontrábamos. Presioné el interruptor del encendedor y su  pequeña llama basto para terminar con el silencio del bosque. La llama se pronunció agravante ante la oscuridad natural. El trozo de madera se unificó al fuego. Y entonces lo lancé a ese volcán de cosas  que en la memoria solo eran recuerdos de años pardos. Fausto sin observar al fuego encendió un malboro rojo y no dijo nada.

El ejercicio de combustión se acrecentaba así que Fausto se acerco para arrogar luego el filtro de su cigarro terminado. Observó al fuego como quien observa la nostalgia de un horizonte interminable. Sus retinas se laceraban con ternura. La sombra que surgía  de su cuerpo por la iluminación de las llamas encorvaba. Por dentro sus órganos retorcían con ansiedad sus rabias y soledades. A veces – dijo de pronto – el fuego administra los silencios más inútiles para el ser humano a través de sus llamas. Trasmutando la simbología de sus vacíos en palabras de resistencia. Palabras que cumplen con la función de domesticar lo hiriente de una conmoción circunstancial. Los seres humanos – decía – comúnmente buscan llegar al olvido cuando su memoria sufre la reiteración del pasado.  Porque el pasado es el término que define el dominio de la emoción sobre la carne. Pero al olvido le merecen solo quienes han comulgado del dolor ejercido por el fuego. Las partículas de los objetos que pertenecían a Fausto se convertían en puntos negros, un pequeño vaho tomaba forma de nube mientras el fogarón disminuía. Observó por último la geometría espacial que se adentraba por las copas de los árboles. Es hora de irse, puntualizo.  Le obedecí y caminamos cuesta arriba. Al llegar a la cima, encendió un cigarro y dijo -olvidé algo, volveré a bajar. No especifico qué ni yo tampoco pregunté. Esta bien, contesté y nos despedimos sin más. La luz del alumbrado público repartía nostalgia al iluminar la soledad de la calle. Una campana que colgaba de algún lugar hacía eco cuando el viento la soplaba. Los adornos navideños de las casas tambaleaban sobre su lugar de colocación. Y mientras caminaba de regreso a casa un frío casi maldito se apoderaba de mi textura ósea. Al llegar a la esquina de la avenida observé de reojo al bosque donde me encontraba con Fausto. Y fue entonces una llama la que atrajo mi atención. Volteé el rostro por completo. Y un cuerpo envuelto en fuego caminaba sobre la oscuridad del bosque. Supe de inmediato que aquel cuerpo pertenecía a Fausto. Que sus entrañas contaminadas por el pasado se purificaban a través del fuego. Su cuerpo impávido descendía hacia el barranco. En el ritual del druidismo de la cultura Celta cremaban a los muertos, recordé. Fausto se consideraba así mismo un muerto ambulante en la tierra. Y solo el fuego le daría el derecho irrenunciable a la libertad. La gran llama disminuyo. El cuerpo se detuvo sin dolor por las quemaduras. Fausto encontró al silencio de mis ojos que observaba lo que sucedía.  Entonces me observó, emitió una sonrisa sardónica y continúo caminando.  


La época navideña terminó y de Fausto no supe más.