sábado, 22 de octubre de 2016

Observa la nostalgia de las figuras que germinan del cielo. Un viento impávido bordea su rostro y lo envejece hacia la tarde para morir junto al sol. Medita sobre la sangre que ha derrotado sus últimas esperanzas, y en el final - ahora tan presente- que le sabe a metáfora. Por un momento, su hedonismo tambalea pero surge entre el caos, y vuelve a ejercer su dominio ante la batalla que ingenuamente creía perdida. Verifica su posición ante la realidad. Corrobora el fuego del cigarro que hierve entre los dedos de la mano. Elimina con método los pensamientos inútiles. Observa las agujas del reloj; llama a R., y le indica el iter criminis seguir, y la hora en que la víctima pasará sobre la avenida indicada. Cuelga el teléfono y algo en sus intestinos se revuelve con rabia. Y en el fondo lo sabe: darle muerte a M. será un acto hermoso, porque no solo su calidad de herederos los une, sino también la sangre.